Hace tiempo que dejé de escribir. ¡Me gustaba tanto! Me
relajaba, me sentía yo, capaz de
transmitir mis sentimientos, me sinceraba conmigo misma e incluso a la vez mi mente
generaba grandes dudas, bueno, dudillas que normalmente se iban al llegar el
amanecer. Simplemente no sé por qué dejé de hacerlo, aunque puedo imaginarme a
los culpables: Tuenti, Twitter, Facebook, y, cómo no, el enemigo de toda
conversación física, WhatsApp. Así como
dejar de escribir, y reflexionar, poco a poco fui apartando la lectura, los
ratos tirada en la cama antes de dormir escuchando, y no oyendo, las canciones
y sus mensajes ocultos… que fueron
sustituidos por ratos muertos delante de la pantalla de un móvil de última
generación hablando con diestro y siniestro, mirando comentarios que personas
hacían acerca de su vida personal.
Pero este es el punto en el que yo me pregunto: ¿Para qué
sirve todo esto? Estamos dejando de ser humanos. Humanos, cuya característica
principal es la capacidad de reflexionar y hacer uso del lenguaje, pero cara a
cara, por favor. Estamos dejando morir a nuestra mente poco a poco, siendo cada
vez más obsesivos, dependientes y marchitando nuestras aspiraciones. Y sí, yo
también me incluyo. Pero estoy dispuesta a cambiar, a volver a ser la chica, aunque un poco más mayor, a
la que le fascinaba reflejar sus pensamientos en un trozo de papel.